Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00004.01]

Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00004.01]

Al salir de la cantina, la luz de ambos soles que se ponían me dio de lleno en la cara, cegándome por unos instantes. Entornando los ojos, pude ver que al otro lado de la calle un hombre me esperaba con los brazos en jarras. “Hay algo extraño en esos brazos”, pensé. Pero también sus piernas eran extrañas. Al avanzar hacia él, pude distinguir más claramente su silueta y comprobé que, efectivamente, sus brazos y piernas no eran naturales, sino biónicas, con acabado en duracero en lugar de sintocarne. Un sable de luz colgaba del cinto, brillando al reflejar la luz de los soles.

Una extraña brisa cruzó la calle de lado a lado, al igual que un pequeño grupo de ratas womp.

Kym, Thaw, Naggadik y Garrune salieron de la cantina y contemplaron la escena sin saber qué hacer.

Una voz salió de aquella bizarra silueta:

—Volvemos a vernos, Paciel.

—¿Qué es lo que quiere?

—A usted. Muerto.

—Nos ha seguido… Todo este tiempo nos ha seguido… Los problemas y recursos que habrá supuesto. Tiene que haber algo más.

—Intentó matarme, Paciel. Y casi lo consigue. Me cercenó mis brazos y piernas. Hubiese preferido morir, en realidad. Tuve que convencer a mis tropas de que había muerto tras las operaciones, para así evitar la ira del Emperador. Por supuesto, antes de eso me procuré un tanque de bacta y estos nuevos miembros mecánicos, más potentes que los anteriores de carne y hueso. Éstos no sienten dolor, Paciel. Estoy deseando devolverle el favor.

—¿Algún problema, Delan? —dijo Thaw, poniéndose junto a mí y activando su bláster. Nahie y Garrune hicieron lo propio, al igual que Kym, quien activó el sable de luz de su padre.

—Oh, vamos, caballeros… y señorita —dijo el Inquisidor—. No lo hagan más difícil. Esto es entre Paciel y yo. No tienen por qué morir también. Al menos, de momento.

—Me temo que estamos juntos en esto, caballero —respondió Thaw.

—Como deseéis… —contestó el otro, casi con un gruñido, activando su sable.

A nuestro alrededor se había congregado una marabunta de seres de todas las especies, desde jawas a givin.

—Apartaos, por favor —les pedí a mis amigos.

—Delan… —dijo Kym.

—Hacedme caso.

Dudaron unos instantes, pero finalmente accedieron. Sabía que si me veían en problemas, no dudarían en saltar en mi ayuda.

Garrune salió corriendo, presa del pánico, sin rumbo fijo al ver que el Inquisidor se abalanzaba en nuestra dirección con el sable en ristre.

—¡No puedes escapar a tu destino! —gritó en el instante en que las hojas de nuestros sables chocaban entre sí.

—Éste no es mi destino —repliqué yo, empujándole hacia atrás con ayuda de mi sable, aún en contacto con el suyo.

La fuerza y velocidad de sus movimientos se había incrementado gracias a sus miembros biónicos, pero no así su control sobre la Fuerza, que parecía haberse mermado considerablemente. Al menos, ya no podría usar los rayos de Fuerza, lo cual facilitaba mucho las cosas.

—Sabe tan bien como yo que sus músculos no tienen nada que hacer contra los servomotores de mis articulaciones mecánicas —dijo el Inquisidor.

Sus mandobles no buscaban otra cosa que eliminarme rápidamente, con tajos laterales a diversas alturas. Tenía razón: A esa velocidad, me agotaría rápidamente.

Intenté cambiar las tornas y empezar yo a atacar, en vez de simplemente defenderme. Fue en vano. El odio del Inquisidor estaba totalmente focalizado sobre mí y no tenía escapatoria. Mis amigos miraban, nerviosos, buscando cualquier expresión de súplica en mi mirada para ayudarme y lanzarse a atacar.

—Acepte su derrota, Paciel. Resistir es inútil.

Desesperado, lancé una patada a una de sus piernas, consiguiendo únicamente sentir un enorme dolor en mi pie al contacto con el duracero. No pude evitar dejar escapar un grito de dolor. Con la distracción, me agarró con una mano y me lanzó a siete metros de distancia por los aires. Caí en el suelo arenoso, que amortiguó levemente mi aterrizaje. Las piedras del suelo desgarraron mis ropas y me produjeron varias heridas. Había perdido mi sable durante el inesperado vuelo.

El Inquisidor, airado, se acercó hacia mí dando grandes zancadas. Podía notar perfectamente la vibración que producía al acercarse. Giré sobre mí y, usando la Fuerza, atraje hacia mis manos un bláster de las manos de un shistavanen que se encontraba cerca de allí. Acostado aún sobre la arena, apunté hacia el pecho del Inquisidor.

Algo más allá de aquella ominosa figura llamó mi atención. Una nave se acercaba hacia nosotros. Una nave que conocía perfectamente.

El Arrecife de Diamante.

Descendió lo suficiente como para que, quienquiera que estuviera en la torreta láser de la panza de la nave, decidiera que estaba a suficiente distancia como para realizar un disparo certero.

Y así fue. De un solo disparo, el Inquisidor cayó abatido en la arena, con un quejido ahogado y el sonido del sable apagándose.

Mis amigos corrieron hacia mí, para ayudarme a levantarme.

Alcé la vista y, mientras el Arrecife se alejaba para aterrizar cerca, por la cristalera de la torreta láser vi al autor de aquel afortunado disparo, saludándome con una amplia sonrisa: Garrune, el gungan.

[CONTINUARÁ….]


Esta historia ha sido escrita por Santiago Benítez Buitrago en noviembre de 2007. Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier procedimiento sin permiso escrito del autor. Los personajes aquí descritos son ficticios. El Universo Star Wars se ha tomado como referencia y es propiedad de LucasFilms Ltd, y citado sin ánimo de lucro.
Para cualquier comentario relativo a esta historia, escribe a gardek [dot] mon [at] gmail [dot] com

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