Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.07]

Holocrón: Diario de un Jedi [Grabación 00002.07]

La cabina del “Arrecife de Diamante” era de todo menos tranquila. Nahie intentaba pilotar manteniendo la calma, mientras Garrune revoloteaba de aquí para allá, ajustando los mandos que comenzaban a dar problemas. Al parecer, había sobrecarga de pasajeros y eso estaba haciendo mella en los sistemas de mantenimiento vital, los propulsores, los compensadores de inercia, etc.

Thaw me precedía, caminando a paso ligero hacia donde se encontraban ellos. Por fin, cuando llegó a su asiento de piloto, se giró hacia mí y me dijo:

—¿Sabes? Llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de ganar algunos créditos extra transportando pasajeros.

—Pues me parece que el negocio se te ha ido de las manos, Thaw —le contesté.

—Precisamente. Pero no ha sido culpa mía. Al principio, aceptamos un par de pasajeros, pero, al parecer, se corrió la voz y una cosa llevó a la otra…

Nahie gruñó por lo bajo.

—¿A qué te refieres?

—Verás, nuestra oferta de transporte a buen precio apareció al mismo tiempo en que el caos cundió entre la población a causa del ataque imperial. Al ver aparecer tantos destructores imperiales, todo el mundo supo que se trataba de un bombardeo orbital. Por eso hemos rescatado a tantos caamasi como hemos podido… a un módico precio, claro —concluyó guiñándome uno de sus enormes ojos dorados.

—No tienes escrúpulos.

—Esto es un negocio, Delan. Luego pretenderás que te dé de comer. Pero para eso necesito créditos, ¿sabes?

Negué con la cabeza. Algo no tenía sentido en aquel ataque… Antes de poder seguir pensando en ello, Nahie señaló al frente:

—¡Ahí está el bloqueo!

—¡Son destructores imperiales! ¡Cientos! —gritó Thaw—. ¡Aléjate de ellos, Nahie!

—Es la hora de dolor… —gimió Garrune.
—No lo creo —dijo Nahie, virando el “Arrecife” justo a tiempo para esquivar la primera andanada de turboláser procedente del destructor más cercano.

Por todas partes podíamos ver decenas de cientos de naves huyendo desde la superficie del planeta, y otros tantos destructores imperiales bombardeando las ciudades caamasi.

—Mirad por la retropantalla —señaló Thaw.

Una lanzadera imperial clase Lambda se acercaba a toda velocidad, pisándonos los talones.

—Deflectores traseros al máximo —pidió Thaw—. No queremos que nos ensucie la chapa, ¿verdad?

—No tardarán en tenernos a tiro —anunció Nahie.

—Es el Inquisidor —dije yo, sintiendo su presencia.

—¿Cómo dices? —preguntó Thaw.

—El Inquisidor Imperial. Nos hemos enfrentado a él en la casa de Kym, allá abajo.

—¿Te refieres a ese tal Vader? —ladró Nahie con una mezcla de ira y terror.

—No, gracias a la Fuerza. Según he visto en la HoloRed, Darth Vader es un Lord Sith que sirve al Emperador Palpatine, exterminando a los Jedi supervivientes.

—Como tú.

—Sí, como yo. Pero, al parecer, es imbatible. Mucho más poderoso que cualquier Jedi. Por suerte, este Inquisidor ha sido más fácil de vencer.

—Has tenido suerte.

—En mi experiencia, la suerte no existe. La Fuerza estaba conmigo —le corregí—. De otro modo, no hubiéramos podido escapar con vida y medianamente ilesos. El Inquisidor no es un enemigo al que tomar a la ligera. Si está al servicio del Emperador es que es uno de los mejores.

—Y viene a por ti.

—Sí. Ya he vencido a uno, pero puede que vengan más. Me esconderé en algún planeta remoto y esperaré hasta que los Jedi podamos volver a reunirnos. Quizá lo mejor sea no involucraros más.

—¿No involucrarnos más? No me vengas con pamplinas, Delan. Estamos juntos hasta el final. Además, ¿dónde ibas a estar mejor que con nosotros?

Mi respuesta fue una sonrisa de gratitud, pues, aunque su respuesta podía haber sido de esperar, Thaw hablaba completamente en serio.

—Dejáos de sensiblerías. Ahí vienen.

Nahie tenía razón. La lanzadera inquisitorial se acercaba cada vez más y nos empezaba a acorralar entre ella y los destructores imperiales.

—No pongas esa cara, Delan. Allá abajo hemos comprado un par de torretas láser que nos van a ser muy útiles… ¿Quieres intentarlo?

—Buena idea. ¿Dónde las habéis instalado?

—Garrune te lleva hasta allí —dijo haw, haciéndole una señal al gungan.

Salimos de la cabina, iluminada intermitentemente por los disparos de los turboláser de los destructores imperiales a los que nos acercábamos inexorablemente, añadidos ahora a los procedentes de la lanzadera imperial, que fallaban por poco. Fuera, los caamasi andaban inquietos, hablando entre sí, preocupados por el destino de su planeta. Caamas estaba siendo bombardeado desde la órbita y sólo la Fuerza sabía en qué lo iba a convertir el Imperio.

—¡Están destruyendo nuestro hogar! —dijo uno mientras salíamos de la sala principal de la nave, donde estaban todos reunidos.

—¿Qué será de nosotros ahora? —se lamentó otro, al cruzar el umbral de la compuerta.

Quise pararme a tranquilizarles, pero no había tiempo que perder. Teníamos que llegar cuanto antes a las torretas láser para defender la nave de nuestros perseguidores. Por suerte, no las habían instalado muy lejos de la cabina de control. De todos modos, no fue fácil llegar hasta ellas, ya que los pasillos de la nave se encontraban abarrotados de cables y aparatos a medio montar pues, con las prisas de la partida, a Garrune y a su droide no les había dado tiempo para instalarlo todo.

A duras penas, conseguí llegar y sentarme en aquella pequeña cabina que debía de haber pasado por muchas manos antes de llegar a las de Thaw. No esperaba que oliera a nuevo, dado el poder adquisitivo del calamari, pero tampoco que tuviera un aspecto tan usado y oxidado. Aún así, parecía funcionar a la perfección, como demostraban las lecturas, que indicaban la posición, no sólo de la lanzadera imperial, sino también de un escuadrón de cazas TIE que se acercaba desde el destructor imperial que teníamos enfrente.

—¡Escuadrón de cazas imperiales a las 12! —grité por el intercomunicador, tras ponerme los auriculares.

—¡Lo sé! —respondió Thaw. ¡Los hemos visto! Será mejor que te encargues de ellos. La lanzadera no es tan peligrosa, y Nahie ha concentrado los deflectores en la parte posterior del “Arrecife”… —Thaw hizo una pausa—. ¡Atención! ¡Cinco marcas en 2.10!

—Ya los veo —respondí—. Déjamelos a mí. Yo trataré con ellos.

—Recibido. No seas muy compasivo.

Por toda respuesta, comencé a disparar contra el primer caza TIE que apareció en mi pantalla. No hubo suerte con él, pero un disparo perdido dio de lleno en el ala derecha de otro que iba justo detrás. En ocasiones, el concepto de “suerte” aparecía delante de mis narices para regocijo de Thaw. Aún así, no tuve tiempo para meditar sobre ello, pues los otros tres cazas aparecieron en mi pantalla, en formación cerrada. Dejé que la Fuerza guiara mis movimientos y, en un abrir y cerrar de ojos, había destruido al trío al completo, sin apenas saber cómo lo había conseguido. Sólo quedaba uno, pero no tuve ocasión de acabar con él, pues regresó en desbandada al destructor del que había surgido.

—¿Se puede saber cómo has hecho eso? —preguntó Thaw por el comlink, incrédulo. Pude oír de fondo los ladridos y gruñidos de Nahie, que indicaban lo mismo.

—Mejor no preguntes —respondí—. Tú lo llamarías suerte.

—Eso me parecía… Por cierto, la lanzadera sigue justo detrás de nosotros.

—No la tengo a tiro, Thaw. Y supongo que no preferirás aminorar para reducir distancias.

—La verdad es que no.

—Pues acelera y sácanos de aquí.

Nahie debió oírme, pues la nave giró bruscamente, evitando al destructor que teníamos enfrente, y acelerando a velocidad de ataque. Casi podía oír a los oficiales imperiales dando órdenes sin parar…

Yo diría que nos acercamos demasiado como para llevar refugiados en la nave, pero no tanto como Nahie solía hacerlo. Así, cuando rebasamos al destructor, saltamos al hiperespacio. Fue entonces cuando volví al puente de mando.

Allí encontré al resto bastante más relajados, a excepción de Garrune, que seguía realizando conexiones e instalaciones por doquier, sin perder un segundo.

—¿Dónde está tu droide? —le pregunté.

—Losa estará en de las mákinaks, la sala, misa creo.

—Si consigues decir “sala de máquinas” por una vez, te lo agradecería, de verdad —le comentó Thaw con una sonrisa.

El gungan se volvió, orgulloso, y siguió a lo suyo, pasando junto a mí, mientras me acercaba a Thaw.

—Les has dado una buena, ¿eh? —me felicitó éste, palmeándome la espalda.

—Eso parece… —dije yo, mirando las lecturas de las pantallas y quedándome momentáneamente hipnotizado por el fulgor azulado del hiperespacio—. ¿A dónde vamos?

—A Alderaan —respondió Nahie, adelantándose a Thaw, que ya estaba abriendo la boca.

—Allí, los caamasi serán bien recibidos —aclaró el calamari—, y desde allí, podrán buscar transporte para otros sistemas, si es que no quieren quedarse.

—¿Qué hay de los que compraron su billete antes de que se corriera la voz del ataque imperial?

—Lo creas o no, todos querían viajar a Alderaan. Después, los demás venían buscando simplemente una salida del planeta, sin importarle mucho el destino, así que todos contentos.

—Pues no sabes cuánto me alegra oír eso —dije yo—. Además, Kym y yo tenemos que hacerle una visita a una profesora suya en la Universidad de Alderaan.

—¡Pues vaya casualidad! —se sorprendió Thaw.

—Ya ves —respondí sonriente—. Iré a ver cómo se encuentra Kym.

[Continuará….]


Esta historia ha sido escrita por Santiago Benítez Buitrago en agosto de 2007. Queda prohibida su reproducción total o parcial por cualquier procedimiento sin permiso escrito del autor. Los personajes aquí descritos son ficticios. El Universo Star Wars se ha tomado como referencia y es propiedad de LucasFilms Ltd, y citado sin ánimo de lucro.
Para cualquier comentario relativo a esta historia, escribe a gardek [dot] mon [at] gmail [dot] com

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